Nos negamos tanto a aceptar la realidad que nos aferramos a lo imposible: volver al pasado para corregir lo que hicimos, lo que no hicimos, lo que dijimos o lo que callamos. Cuando perdemos a un ser querido, no solo nos duele su ausencia; nos persigue también el eco de todo aquello que ya no podremos cambiar.
El 14 de febrero de este mismo año, mi vida y la de mi familia se partió en dos. Perdimos en un accidente de tránsito a mi sobrino Derek y a mi cuñado. Derek no era solo un sobrino, era una luz, una fuente de alegría, un pedacito de esperanza que unía a todos en la familia. Su ausencia, tan repentina y trágica, dejó un silencio que retumba en cada rincón. Desde entonces, me he enfrentado a una marea de preguntas sin respuestas, a una necesidad desesperada de volver al pasado, como si con solo un cambio pudiera evitar ese desenlace tan cruel.
Ese sentimiento se ha intensificado al ver la tragedia ocurrida recientemente en la discoteca Jet Set, donde cientos de familias perdieron a sus seres queridos. Al escuchar la noticia, algo dentro de mí se removió con fuerza. Me vi reflejado en cada una de esas familias, sintiendo el mismo anhelo imposible: el deseo desgarrador de volver unos minutos atrás, hacer una llamada, cambiar un plan, tomar otra ruta, decir “te quiero” una vez más.
Y es que, cuando la muerte llega de manera inesperada, se lleva más que una vida: se lleva las rutinas, los abrazos, los “después hablamos”, y deja atrás un mar de “si tan solo…”. En ese dolor, lo único que nos consuela por instantes es imaginar que podríamos volver atrás y corregir algo, cualquier cosa, que nos permitiera evitar la pérdida.
Pero la vida no nos da esa opción. El tiempo es implacable, y lo que se ha ido no regresa. Aceptarlo no es fácil. No significa que dejamos de amar, ni que nos volvemos insensibles. Aceptar significa aprender a vivir con el vacío, con la cicatriz, y con el recuerdo.
A veces creemos que, si dejamos de sufrir, estamos traicionando su memoria. Pero no es así. Honrar a quienes hemos perdido es vivir de manera que ellos se sientan orgullosos desde donde estén. Es hablar de ellos con amor, recordar sus sonrisas, y hacer que su paso por nuestras vidas siga teniendo sentido, incluso en medio del dolor.
A las familias que han perdido a alguien en esta y otras tragedias, les abrazo con el alma. Porque sé lo que significa querer detener el tiempo. Sé lo que significa desear con todas las fuerzas volver un día atrás. Y sé también que, aunque eso no sea posible, el amor no muere. Vive en cada lágrima, en cada memoria, en cada intento por seguir adelante.
— Jorge Luis Mercedes
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